martes, 10 de marzo de 2015

Como captar la atención en una exposición oral


Con frecuencia al preparar un discurso, charla, ponencia, o alegato, etc.,   prestamos atención al  contenido, al volumen y  tono de voz, pero rara vez nos acordamos del potencial comunicador de nuestras manos.

De modo que ya metidos de lleno en nuestro discurso nos preguntamos  “¿Dónde pongo mis manos?, ¿qué hago con ellas?, ¿me agarro al atril?.

Las manos hablan por nosotros y apoyan lo que estamos diciendo. Lo importante es que  lo que dicen coincida con el mensaje que transmitimos. 

Numerosos estudios hablan del lenguaje no verbal y del poder de los gestos y expresiones corporales. Pero claro, bien utilizados,  es decir de forma sutil  y no palmoteando excesivamente o repitiendo gestos sin sentido. Lo que resulta especialmente útil   si percibimos que el público no está prestándonos atención o tan solo lo hace una parte.

Se trata de  gesticular de forma natural.


Al igual que se regula el volumen de la voz y el tono,  debo regular la amplitud y velocidad de mis manos.  


  • Si las dejamos inmóviles,  nos vemos tensos e inseguros, 
  • Si hacemos gestos muy rápidos o amplios, parecemos dispersos o poco preparados, y
  • Si dejamos que vayan al ritmo de nuestras palabras seremos tres veces más convincentes. 

Y esto es importante para aquellas profesiones en las que persuadimos para ganarnos la vida. 


LOS GESTOS AYUDAN a mis oyentes 
  1.   Debo gesticular, haciendo un gesto soy más persuasivo que no gesticulando. 
  2.   Debo evitar un gesto que me señale a mí mismo, si lo hago creo impresiones más bajas de competencia como orador. 
  3.  Debo utilizar gestos vinculados a la palabra, no simples movimientos sin significado, porque el oyente los ve como más eficaces y serenos.


LOS GESTOS AYUDAN al que expone alguna idea o proyecto  
  1. Debo usar gestos  al explicar un concepto,  porque facilitan una mejor comprensión y aprendizaje. 
  2. No debo  abusar de los estos con los que me encuentre bien, porque a menudo no trasmiten nada, ni debo repetir el mismo gesto una y otra vez.

Hay gestos que de forma innata utilizamos y estos son los que debemos emplear, y no gestos forzados e incómodos, ya que son lo contrario de la persuasión natural que deseamos trasmitir.




Por ejemplo,si tenemos que enumerar una serie de ideas o puntos de nuestro discurso o alegato podemos apoyarnos contando con los dedos a medida que mencionamos cada uno de ellos, de izquierda a derecha (en el orden invertido al natural, porque es la imagen correcta para el receptor de nuestra presentación o alegato).


Si extendemos una o ambas manos en una posición neutral, con los dedos juntos y el pulgar ligeramente hacia arriba trasmitimos honestidad (alegato/ presentación/ discurso), o predisposición para escuchar (negociación/mediación). 

Hay varias reglas a seguir, según resulta del experimento de los investigadores italianos Maricchiolo, Gnisci, Bonaiuto y Ficca (2009) y Cook, Mitchell y Golden-Meadow (2007), que analizaremos en otro post acerca de otros gestos persuasivos. 

domingo, 1 de marzo de 2015

Percepción y comunicación




Vestido de BUFFED: ¿Blanco y dorado,  o azul y negro?
Esta semana  ha sido el tema de debate en redes sociales. 


¿Cómo explicarlo? ¿Cómo es posible que no todas las personas  veamos  el  color del vestido de la misma forma,  ni interpretemos la información recibida de forma igual, pese a observarlo a la vez y en el  mismo dispositivo?


Quizá lo más importante sea no tanto la explicación científica como la consecuencia, la  percepción del color del vestido  puede variar según el contexto. 

Según indica Julio Lillo Jove (Catedrático de Ergonomía de la Universidad Complutense de Madrid), el cerebro compensa ciertos excesos y defectos de la iluminación del entorno. 

Al percibir visualmente el color del vestido en el monitor nos influye tanto la información espacial, como la luz de fondo, la iluminación artificial o natural de nuestro monitor, y sobre todo la ambigüedad de la información, cuanto más ambigua sea las opiniones son mas divididas.

Si la fotografía no proporciona información espacial suficiente, tenemos que escoger entre que nuestro cerebro compense las iluminaciones azuladas (y lo veamos blanco), o que el cerebro no efectúe la compensación (y lo veamos azul). Y de ahí surge la discrepancia.


O lo que es lo mismo, nuestro cerebro transforma la información que capta el ojo en una recreación de la realidad externa o copia de ella, que es personal.

Sumemos a ello otras influencias silenciosas e inconscientes (el colegio, la  familia, las creencias, el ambiente de trabajo, los amigos, etc.) que determinan nuestras percepciones de la realidad y, especialmente, de los conflictos (Lo que Stephen R. Covey denomina paradigmas o prejuicios en su libro "Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva").  

Lo que nos lleva a la siguiente reflexión: Si 10 segundos de contemplación de un vestido pueden tener semejante efecto en el modo en que vemos las cosas, ¿Qué cabe decir del condicionamiento de toda una vida que es la fuente de  nuestras actitudes o conductas?. 

No debe sorprendernos  el gran impacto que esto tiene en nuestra comunicación con los demás. 


La conclusión es clara: las cosas son lo que son, pero las vemos de distintas formas. 

Tanto la imagen del vestido como los conocidos ejercicios de ilusiones ópticas (Harvard Business Scholl), demuestran que dos personas pueden mirar lo mismo, disentir, y sin embargo estar ambas en lo cierto. No se trata de lógica, sino de psicología. 

Si comprendemos esto, podemos dar un paso más:  interpretamos las cosas de forma diferente porque hemos sido condicionados para ello, debemos ser conscientes de estas diferencias y valorarlas. 

¿Cuál es entonces la clave? Comprender que todas las personas ven el mundo no como es, sino como son ellas mismas. 

Comprender lo que condiciona o diferencia a la persona con la que nos comunicamos, ya sea en un entorno personal, laboral, social etc.   mejora la empatía, que todo buen comunicador precisa.