El resultado del juicio
se decide con frecuencia tras el alegato final del abogado.
Por ello no hay que descuidar su
preparación previa y debemos ser capaces de utilizar todas las herramientas que
faciliten nuestro objetivo prioritario: convencer al juez.
Un juicio bien realizado, precisa de una demanda o
contestación –fruto de un estudio profundo del asunto –, de pruebas suficientes en apoyo de la pretensión, y de un brillante alegato final.
Si nos saltamos alguno de estos pasos,o los
realizamos de
forma deficiente:
Corremos el peligro de
estar cargados de
razón, y que el juez opte por no dárnosla.
Las reglas básicas a seguir no distan mucho de las de los buenos
oradores en sus conferencias:
- Prepararlo con la debida antelación.
- Pensar a quien va dirigido (ello nos obliga a conocer el criterio que mantiene en sus sentencias y porqué no, la personalidad del juez).
- Ser breve (no debemos olvidar que la agenda del juzgado contiene un mínimo de cinco juicios al día por juzgado).
- Marcar el principio y el final (los estudios revelan que se pierde atención a la mitad del discurso, y que lo último que se escucha del alegato es lo que el juez recuerda primero).
- Utilizar un lenguaje claro y directo sin utilizar términos vulgares que desmerezcan el alegato.
- Identificar cada idea clave con un concepto y prueba (se trata de persuadir al juez con aquellas pruebas que nos han resultado más favorables, especialmente documentos y periciales). Para ello previamente debemos haber preparado el alegato y las preguntas que vamos a formular durante el juicio.
Hasta la más sencilla
exposición debe ser fruto del buen hacer del orador,
de modo que nuestro trabajo no termina con la vista o sentencia sino que una
vez realizado, debemos fijarnos en los errores cometidos y aprender
de cada uno de ellos, porque de ello depende el éxito de futuros alegatos.
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